Krun y el odio
Krun, el infalible, sentía mucho odio, enojo, y algunas veces, muy pocas, estallaba en ira. Pero, ¿qué era lo provocaba irritación en Krun, el infalible?
Todos los días Krun, el infalible, fiel a sí, era incorruptor de sus principios y convicciones; mismos que él sustentaba con argumentos y pruebas, con pensamiento y raciocinio, resultando en actos que muchos pudieran considerar extraños y preocupantes.
Krun, el infalible, siempre leía los libros de color café, libros de pensamiento alterno a los convencionales libros de color naranja, los que todos leían. Éstos últimos libros trataban de temas vacuos como chismes, novelas hollywoodenses, o hasta de “un queso que alguien se llevó”. Lo social y políticamente correcto era, originalmente, la lectura de lo naranja, y quien no lo hiciera era considerado, simplemente, extraño por ser un fenómeno de cultura poco común en la sociedad.
Pero Krun, el infalible, seguía molesto, pues no sabía en que momento cambiaron las cosas; antes, debido a que vive en una sociedad de poca cultura, solamente lo veían resaltar en la diferencia que le otorgaba su pensamiento distinto, ahora, lo atacan. No entiende el porque de ello, simplemente es una demanda de la recién instaurada y autoproclamada rectitud social; la crisis de la sociedad embrujó y maldijo a Krun, el infalible, quien ahora es un hereje, un paria de la sociedad. Porque lo naranja es lo correcto, porque lo café da miedo. Lo que no se comprende es aterrador. Así lo dice la vocería de la sociedad, es decir, la televisión.
Ante la repetición constante de que el naranja es lo único y lo mejor, sustentando esta tesis en sofismos, Krun, el infalible, y su carencia de difusión de pensamiento, termina en la hiperborización implícita, viviendo en el exilio de la convención, lugar privilegiado para los pensadores adelantados a su época, lugar de costosa estadía pues se termina sacrificando hasta una sonrisa ajena que le puede ser muy anhelada a pesar de la infalibilidad por todos conocida de Krun.
Esta tarde, Krun, el infalible, fue a la cafetería donde derramó su café hace casi un mes (en aquella ocasión en que elbilafni le, nurK, le perseguía), y sacó su libro café, que hablaba de la corrupción gubernamental, para leer mientras tomaba café y fumaba su último cigarro. Tranquilo se encontraba. En la mesa contigua, tres personas lo observaban con desprecio debido al libro que ostentaba, y exclamaban “¡Cómo puede haber alguien que crea esas patrañas cafés!”, “Lo naranja debe ser respetado”.
Krun, el infalible, escuchó sus comentarios y les preguntó qué cosa les molestaba de su preferencia cultural, a lo que ellos contestaron que era falso aquello de la corrupción gubernamental (el general Zod y su gabinete eran los gobernantes de ese momento), debido a que “las instituciones estaban basadas en las leyes y por eso no podía haber corrupción”. Todo se nubló. Ese comentario provoco que Krun, el infalible, sintiera que una pequeña parte de él moría; no sabía que le asustaba más: la inmensa seguridad y determinación con la que ese sujeto dijo tremenda estupidez, o que la estuviera diciendo en serio; y entonces contestó: “si las instituciones se basan en las leyes, ¿de que forma puede evitar eso su corrupción si las personas que las conforman son corruptas?, ¡no tiene nada que ver!, ¿Acaso esos son sus argumentos de sustento o están repitiendo lo que todo mundo debe repetir sin razonar?”. Para ese momento Krun, el infalible, ya se encontraba de pie hablando en voz muy alta, casi gritando, y al darse cuenta, todas las personas de la cafetería lo estaban viendo con desprecio y comenzaron a arrojarle comida y diversos objetos, Krun, el infalible, tuvo que salir corriendo de ahí.
Así es, otro día desventurado para Krun, el infalible. Y se encontraba irritado, pues la convencionalidad social es un Goliat para la razón y el entendimiento; la sociedad prefiere vivir feliz en la ignorancia. Krun, el infalible, prefiere tener dudas y cuestionamientos. Pero todos se odiaban, alguien sembró el odio para los que gustaban del café y los que preferían vivir en paz naranja, así es, la inigualable paz que les brindaba la ignorancia. Una sociedad dividida, odio, que no servía para nada.
Y Krun, el infalible, está sentado frente a la lavadora con un huevo aun escurriendo en su cabeza.
Todos los días Krun, el infalible, fiel a sí, era incorruptor de sus principios y convicciones; mismos que él sustentaba con argumentos y pruebas, con pensamiento y raciocinio, resultando en actos que muchos pudieran considerar extraños y preocupantes.
Krun, el infalible, siempre leía los libros de color café, libros de pensamiento alterno a los convencionales libros de color naranja, los que todos leían. Éstos últimos libros trataban de temas vacuos como chismes, novelas hollywoodenses, o hasta de “un queso que alguien se llevó”. Lo social y políticamente correcto era, originalmente, la lectura de lo naranja, y quien no lo hiciera era considerado, simplemente, extraño por ser un fenómeno de cultura poco común en la sociedad.
Pero Krun, el infalible, seguía molesto, pues no sabía en que momento cambiaron las cosas; antes, debido a que vive en una sociedad de poca cultura, solamente lo veían resaltar en la diferencia que le otorgaba su pensamiento distinto, ahora, lo atacan. No entiende el porque de ello, simplemente es una demanda de la recién instaurada y autoproclamada rectitud social; la crisis de la sociedad embrujó y maldijo a Krun, el infalible, quien ahora es un hereje, un paria de la sociedad. Porque lo naranja es lo correcto, porque lo café da miedo. Lo que no se comprende es aterrador. Así lo dice la vocería de la sociedad, es decir, la televisión.
Ante la repetición constante de que el naranja es lo único y lo mejor, sustentando esta tesis en sofismos, Krun, el infalible, y su carencia de difusión de pensamiento, termina en la hiperborización implícita, viviendo en el exilio de la convención, lugar privilegiado para los pensadores adelantados a su época, lugar de costosa estadía pues se termina sacrificando hasta una sonrisa ajena que le puede ser muy anhelada a pesar de la infalibilidad por todos conocida de Krun.
Esta tarde, Krun, el infalible, fue a la cafetería donde derramó su café hace casi un mes (en aquella ocasión en que elbilafni le, nurK, le perseguía), y sacó su libro café, que hablaba de la corrupción gubernamental, para leer mientras tomaba café y fumaba su último cigarro. Tranquilo se encontraba. En la mesa contigua, tres personas lo observaban con desprecio debido al libro que ostentaba, y exclamaban “¡Cómo puede haber alguien que crea esas patrañas cafés!”, “Lo naranja debe ser respetado”.
Krun, el infalible, escuchó sus comentarios y les preguntó qué cosa les molestaba de su preferencia cultural, a lo que ellos contestaron que era falso aquello de la corrupción gubernamental (el general Zod y su gabinete eran los gobernantes de ese momento), debido a que “las instituciones estaban basadas en las leyes y por eso no podía haber corrupción”. Todo se nubló. Ese comentario provoco que Krun, el infalible, sintiera que una pequeña parte de él moría; no sabía que le asustaba más: la inmensa seguridad y determinación con la que ese sujeto dijo tremenda estupidez, o que la estuviera diciendo en serio; y entonces contestó: “si las instituciones se basan en las leyes, ¿de que forma puede evitar eso su corrupción si las personas que las conforman son corruptas?, ¡no tiene nada que ver!, ¿Acaso esos son sus argumentos de sustento o están repitiendo lo que todo mundo debe repetir sin razonar?”. Para ese momento Krun, el infalible, ya se encontraba de pie hablando en voz muy alta, casi gritando, y al darse cuenta, todas las personas de la cafetería lo estaban viendo con desprecio y comenzaron a arrojarle comida y diversos objetos, Krun, el infalible, tuvo que salir corriendo de ahí.
Así es, otro día desventurado para Krun, el infalible. Y se encontraba irritado, pues la convencionalidad social es un Goliat para la razón y el entendimiento; la sociedad prefiere vivir feliz en la ignorancia. Krun, el infalible, prefiere tener dudas y cuestionamientos. Pero todos se odiaban, alguien sembró el odio para los que gustaban del café y los que preferían vivir en paz naranja, así es, la inigualable paz que les brindaba la ignorancia. Una sociedad dividida, odio, que no servía para nada.
Y Krun, el infalible, está sentado frente a la lavadora con un huevo aun escurriendo en su cabeza.
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