jueves, diciembre 17, 2009

La Soledad del No-Reconocimiento

“Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio.”

-“El Extranjero”, Albert Camus-


¿Extranjero?


Ser extranjero no es sino el hecho de ser incapaz de vincularse con determinadas situaciones y, por lo tanto, ser incapaz de reaccionar de la forma esperada ante ellas.

La condición humana, al romper de forma manifiesta con el lazo puramente biológico y abrir las posibilidades que permite la mediación por el símbolo, no hace sino suponer que lo que esa particular posibilidad le ha permitido ha de ser absolutamente necesario para todos los demás. Sin embargo, pruebas de sobra han puesto en aprietos a la posibilidad de lo humano tomada por lo necesariamente humano, algunas de ellas –las más nítidas al menos-, la locura, de forma negativa, y los supuestos de un deber ser –religión, ideología, filosofía- de forma positiva. Esta condición permitirá que cualquier explicación evidentemente discursiva pueda adquirir el valor de necesidad que devendrá en ley. Y toda ley supone un castigo. ¿Se puede burlar la ley? La respuesta será, de forma sorprendente, negativa, dado que lo único que puede ser burlado es a aquellos que la representan.

Ahora, ¿qué pasaría si nos encontráramos bajo el régimen de una ley que desconocemos? Sabemos que no existe ley necesaria, sino leyes que se ponen en acto. ¿Se podría existir bajo el régimen de una ley que no reconocemos como propia? La respuesta es sencilla pero las consecuencias pueden ser fatales ya que lo que hace adquirir a la ley su especificidad es la consecuencia de su no observancia. Hay que decir que el efecto del establecimiento de cualquier ley es la creación de un vínculo, otorgando de esta forma un carácter de pertenencia no sólo hacia algo o alguien, sino hacia el mismo estatuto de saberse en tal condición. Así mismo, se podría afirmar a modo de generalización que el ser humano es tal no por su propia condición sino por el vínculo que lo liga hacia otro algo mediante la ley: la cultura, desde este punto de vista, no es más que la consecuencia lógica del establecimiento y acatamiento de ciertas prescripciones.

Recordemos ahora el primer párrafo que encabeza la página y tratemos de llevar al límite la condición de lo que implicaría ser extranjero. Tenemos ya algunos elementos que podrían auxiliarnos para desplegar algunas consideraciones: la noción de ley que establece un vínculo de pertenencia entre quienes la observan; por otra parte, el castigo por incumplimiento. En este punto, es necesario incluir otro más para ampliar la comprensión de ambos: si bien la función de la ley es homogeneizar a través del vínculo, la realidad es que cada individuo se relaciona desde su propia existencia con esa ley, lo que supone que a pesar de la pretensión unificadora, la cualidad del vínculo será particular en cada caso. Algo más: se habló primero de un vínculo, con su respectivo castigo en caso de incumplimiento, con los demás; lo que no es lo mismo que la relación que cada uno guarda con la ley, lo que implicaría otro tipo de castigo, y es aquí en donde cobra importancia lo dicho anteriormente, a saber, que de la ley, del vínculo que establecemos con ella, no podemos escapar, pues somos producto de ella: podemos adoptarla, podemos oponernos, podemos tratar de engañarla y, por último, hacer caso omiso de ella. Lo curioso aquí es que, parece ser uno los atributos esenciales a toda ley, no importando la posición que frente a ella se tome, algo habrá de producir: sumisión bajo el miedo al castigo, trifulcas y quejas, fantaseo y mentira o resignación y desconocimiento. Sin duda habrá más variantes que en este momento no expreso, pero el nombrarlas y tratar de enumerarlas y pretender con ello abarcar su totalidad y total sistematización sería, como ya se dijo, un vano intento discursivo y aquí lo que se pretende es poder desplegar las posibilidades que este acercamiento es capaz de producir.

Se podría entonces tomar el vínculo en sus dos formas y cada uno con su respectiva consecuencia. Ahora, se puede observar que estos elementos que se desarrollaron a partir de la pregunta por lo que podría ser la característica esencial de lo extranjero son precisamente los que pueblan todo el relato que intenta personificar una condición. Esto es, un anonimato que no podría querer decir sino la disolución de la identidad y de la voluntad encarnada por el nombre propio: Sr. Mersault.


Extranjero para los Otros


El problema que en este punto más me interesa es observar cómo la posibilidad de lo humano es tomada como lo necesariamente humano a través de los que rodean al Sr. Mersault.

Desde un inicio podemos observar una actitud de Mersault que no dejará de repetirse a lo largo del relato: una actitud impasible frente a los diversos sucesos, que se podría parecer a un muro que no permite que lo que sucede detrás le afecte. Y es aquí en donde podemos observar la cualidad del vínculo, pues el Sr. Mersault actúa como si todo le fuese ajeno aún cuando no deje de participar de los hechos. Él va haciendo lo que puede y quiere sin violentar a los demás, y de ello varias pruebas que nos muestran que su voluntad se detiene si lo que busca excede el límite, no de lo que puede, sino de lo que él piensa que es estrictamente su asunto; por otra parte, sigue a los demás en lo que ellos quieren de él. Este hecho es la contraparte del vínculo, pues llegado cierto momento las personas que le rodean le exigen ciertos comportamientos y, al no recibirlos como respuestas adecuadas, es decir vinculadas de tal forma, comienzan a exigir de forma más desquiciada una respuesta que no les muestre el sin sentido de lo que ellos mismos viven. Curiosamente, dos de los episodios que más muestran esa condición se llevan a cabo con un policía, quien lleva la investigación del asesinato, y con un cura, quien ofrece la salvación a través del arrepentimiento. Ambos, exponentes de la ley.

Mersault, en su apatía e inmovilidad, si se le puede caracterizar de esta forma, no hace sino fungir como espejo de la verdadera condición de una ley: exigirá ser cumplida a toda costa y, al carecer del carácter de necesidad, no podrá sino intentar cumplirse no ya mediante el convencimiento sino por el uso de la violencia. Así, de pronto y sin fundamento otro que la exigencia de lo que debería de ser, es considerado como candidato para ser ejecutado. Este parece ser el castigo, la consecuencia, por evitar dar explicaciones y atenerse a los hechos. Y, destaquemos, no sólo frente a aquellos que le son adversos sino que la no reacción se extiende hasta el campo de lo que desea.

He aquí el mensaje aterrador que el Sr. Mersault transmite desde su impasibilidad y el que parece suscitar la ira que contra él se descarga: no importa querer o no querer; no importa haber sido feliz ni desdichado; no importa lo que ya ha sucedido y, mucho menos, lo que no. Nada importa: el mismo final nos espera, el silencio de la muerte.


Extranjero para Sí Mismo


Es cierto, en última instancia, lo que nos recuerda el Sr. Mersault es que todo nos conduce a la muerte. Sin embargo, ¿es esto suficiente para descargar una ola de ira sobre alguien? Me parece que el fundamento de tal despliegue de ira no es sino el producto de una alteración, cuya causa sí es el Sr. Mersault, pero que no se vincula solamente con la ley, sino que el lugar en donde se inflige la herida es en el vínculo que cada uno de los otros tenía con la ley, al parecer, uno apacible. ¿Qué sucedería si de pronto alguien nos viniera a mostrar lo mecánico de nuestras vidas y costumbres? Esa herida narcisista es la que desencadena la necesidad de acabar con aquello que la amenaza pues, muy en el fondo, le atribuimos a nuestra existencia un sentido trascendental que quizá no vaya nunca ha tener.

Pero de esta reacción, podemos extraer otro factor para tomar en consideración en lo tocante al vínculo particular que se tiene con la ley. Y se podría resumir de la siguiente forma: cuando el vínculo particular que nos liga a la ley se ve amenazado, surge la violencia, no importando la cualidad del vínculo.

Ahora cabe preguntarse: ¿es que acaso nada le importa al Sr. Mersault? Me parece que esto se encuentra lejos de ser verdad: no se puede huir de la ley y ésta busca la forma de, por lo menos, hacerse oír.

Dos hechos del libro nos informan que no todo le es indiferente, pero sobre todo, nos informan que al parecer el Sr. Mersault realizó un cambio respecto del vínculo que lo unía con la ley, con esa que sólo adquiere un valor en tanto que es él quien al fin y al cabo la encarna. Sabemos que a partir de un hecho nada trivial inicia el relato y que de ahí en adelante casi todo le parecerá indiferente. ¿Podríamos suponerle un pasado parecido, o el texto nos quiere indicar que fue a partir de ese suceso se realizó el cambió? Desde mi punto me vista, distintas situaciones nos indican que su indiferencia es consecuencia, al menos, de un suceso cercano o relacionado con la muerte de su madre.

A manera de ejemplo, usaré algunos fragmentos del relato que me parecieron concluyentes.

“Me quedé un poco sorprendido. Para mí, era una historia terminada y había venido sin pensarlo… Fue entonces cuando todo vaciló… Todo mis ser se tensó y mi mano se crispó sobre el revólver.”

Y, en efecto, ¿por qué regresa, qué es lo que lo motiva? Recordemos que al árabe que es muerto por el Sr. Mersault es el mismo que, de forma cobarde, ataca a Raymond, el reciente amigo –nunca es descrito de esta forma, pero es indudable que su compañía agrada a Mersault-, y le inflige dos heridas. Ahora, otros fragmentos, un poco anteriores al asesinato:

“El fuego del sol ardía en mis mejillas y sentía las gotas de sudor acumularse sobre mis cejas. Era el mismo sol del día que enterré a mamá y, como entonces, me dolía sobre todo la frente y todas sus venas batían a un tiempo bajo la piel. Esa quemadura que no podía soportar me hizo dar un paso hacia delante”

Si, como se pretende aquí, el cambio en la vinculación con la ley que establece Mersault es del tipo que la ignora, se podría decir que ese mismo hecho es el que le impide reconocer algo dentro de sí que, sin embargo, sucede y tan sucede que su forma de interpretarlo es recurrir a algo que parecería fortuito, pero que lo ha dejado de ser en tanto que es el símbolo de lo que de su ley ya no reconoce. Ese sol que quema, ese sol que lo hace dar un paso hacia delante y sin embargo es tomado al mismo tiempo como carente de sentido, esa quemadura, es la consecuencia del vínculo establecido con la ley.

“El símbolo de lo que de su ley ya no reconoce”, suena extraño. Pues al fin y al cabo, es una reacción que se vincula a dos experiencias que por lo menos tienen dos cosas en común: la madre, muerta y viviendo en un asilo desde hace tiempo además de la incapacidad del hijo por darle mejores condiciones; el amigo que, lastimado por una traición, no puede ser rescatado por el que tenía el revolver, justamente para evitar tal eventualidad. Otra situación parecería extraña, pues ambos eventos escapan de las manos de Mersault de la misma forma que se niega a participar, o a reconocer su participación, en tanto que se relaciona con otras personas. Él no puede ayudar a su madre debido a sus condiciones laborales; a Raymond lo hieren por distraerse en medio de la pelea: sin embargo, los dos hechos lo ligan, le reclaman, al menos su asistencia o pertinencia. No, claro, un reclamo como el de los otros, sino un reclamo desde su ley. Captamos aquí la herida narcisista que desemboca en violencia.

El símbolo de lo que su ley ya no reconoce, es decir, que no lo vincula, el verdadero sentido de lo extranjero se extrae, como sucede a menudo con las cuestiones que la vida impone, desde uno mismo: Nosce te Ipsum.