jueves, diciembre 17, 2009

Acerca del “Ya no Poder Decir”

Acerca del “Ya no Poder Decir”


En algún momento, a algunas personas les ocurre que quieren decir, al modo de la Eva de Sabines:

-¿Qué es el canto de los pájaros, Adán?
-Son los pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar…

-Yo quiero cantar. Tengo un aire apretado, un aire de pájaro y de mí. Yo voy a cantar.
-Tú estás cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua. Tampoco las piedras se dan cuenta, y su cal silenciosa se reúne y canta silenciosamente.

-J. Sabines, Fragmento “Adán y Eva”-

Y en efecto, lo hacen sin saber, al igual que ella, que desde siempre lo habrá hecho.

Tanto el poema como el fragmento parecen tener un valor especial ya que nos remiten semánticamente a la noción de origen, de inicio, de principio y, si siguen algunos de los preceptos de la retórica, se puede decir que dependiendo de los principios aceptados como verdaderos, evidentes o posibles, el despliegue de consecuencias que de ellos emana está dado de antemano como posibilidad misma. Algunas proposiciones pueden ser previstas desde un inicio ya que se desprenden de lo que se acordó partir. Por otra parte, el establecimiento de los principios tiene otras consecuencias que rara vez son tomadas en cuenta y que suelen ser tomadas como imposibilidades reales, mientras que no son más que productos imprevistos del mismo movimiento.

Generalmente, tanto en el saber como en el hacer, se busca y se habla acerca de lo que se puede. Una especie de pragmática que se articula gracias al énfasis que se pone sobre sus características positivas: “SE PUEDE HACER”. Pero en lo que no se repara es en el hecho de que al fundarse ese “PODER HACER” sobre determinados principios, otras vetas, otros caminos han sido ya cerrados o, por lo menos, ignorados. Y es justamente este costado negativo el que, al no ser tomado en cuenta, puede llevar a querer encontrar algo en un lugar en donde no está o en donde su existencia no está legitimada.

En este punto se puede apreciar que hago uso de algunos términos que remiten a un discurso jurídico. Y, no está por demás decirlo, no es nada ajeno a este tema. En efecto, si se parte de algunos principios, esto parece tener la forma de un contrato, un pacto o en última instancia un vínculo. Y un contrato –esto es un ejemplo de lo que podría llamarse el poder creador de la palabra- establece por exclusión sobre lo real lo que podrá ser o no reconocido como tal.

Al momento de iniciar las posibilidades están articuladas simbólicamente por la admisión de los principios que las sustentan. ¿Qué pasaría si mis principios no me dejaran avanzar, si han sido recorridos y conocidos, pero de pronto surge una duda, una pregunta, que parece no poder encontrar respuesta o que incluso apenas y se la puede formular de forma oscura y vaga? ¿Seré yo o será un efecto que recibo desde mis principios? Para una exposición un poco más detallada del tema, remito a otro ensayo, “La Soledad del No-Reconocimiento”, publicado más abajo.

Resulta entonces que se quiere decir, que se quiere cantar y que se ha estado haciendo… pero resulta que si del decir se trata, siempre se ha dicho mucho y, sorprendentemente, resulta que para decir no se necesita saber que hay formas de hacerlo para que se pueda seguir diciendo. ¿Qué viene entonces a ser lo que sucede aquí?

Si lo que se puede o no decir parte y está dado por el establecimiento de los principios, resulta que son estos los que, si algo diferente se quiere decir, tendrán que ser, al menos, cuestionados, ya que si no se los modifica, podría suceder que lo que de ellos ha emanado llegue a saturar al mismo decir, a detener su flujo, hasta que lo dicho y lo por decir, lo vivido y lo porvenir dejen de diferenciarse y ahora no sean más que un coágulo provocaría una embolia que llevaría a tener ese sentimiento tan desagradable de pretender querer decir-buscar algo cuando esa posibilidad está anulada por los principios a los que uno sigue estando sujeto. La desesperación surge entonces de la terquedad de querer encontrar en donde no puede haber, llámesele valentía o miopía.

Sin duda, resulta importante decir, pues decir es recorrer. Pero si el recorrido ya no se percibe como tal, tal vez no sea cosa de decir, sino de qué es lo que se dice y cómo. Y aquí es donde entra el fragmento del poema de Sabines, que abre con una pregunta que cuestiona el pacto impuesto por los principios invitando a su reformulación. La poesía, en este caso en prosa, es una pregunta, incluso se podría decir que un desmantelamiento del acuerdo inicial que instaura el orden que pretende -y lo hace- regirnos.

En griego, poiésis es un vocablo relacionado con la creación. Sin embargo, en Aristóteles aparece no ligado a la physis, a la materia, sino ligado a una techné, a un hacer dirigido por el conocimiento, logos, al que el hombre, al menos el ideal, se encuentra ligado. Y es aquí en donde toma todo su sentido el “NO PODER DECIR” no como una condición sino como una consecuencia que podría ser sorteada por el acto poiétiko que atañe a cuestionar ese contrato que, por efecto de alguna clausula en letras pequeñas, nos restringe a tomar lo que podría ser por estrictamente lo que se estipula que es, nos restringe a que una búsqueda quede trunca, a que un decir deje de poder decidir…

“¿Qué es el canto de los pájaros, Adán?”