Crónica Contra la Presencia
Reproduzco un ensayo que releeo y que me deja un cierto sentimiento de sorpresa, una leve vergüenza que sin embargo acojo con cariño, recuerdos de momentos de oscuridad, ahora y por el momento, digerida...
El sol camina sobre los escombros
de lo que digo, el sol arrasa los parajes
confusamente apenas
amaneciendo en esta página,
el sol abre mi frente,
balcón al voladero
dentro de mí.
-O. Paz-
Fragmento del primer ensayo: “La tragedia, como sabemos, se caracteriza por la muerte necesaria del héroe...”
Fragmento del segundo ensayo: “¿De dónde la noción de tiempo?... así, Cronos, padre de los dioses, instaura más que la noción de tiempo una legislación, la primera, para la vida, que garantiza la vida... Ahora que Kant...”
Se sabe de la problemática con que a veces nos enfrentamos al escribir un ensayo. Arriba, dos fragmentos de los nonatos ensayos. Una vez más, heme aquí tratando de cumplir con la entrega...
Hasta hace unos instantes, buscando un tema que pudiese desarrollar para el ensayo, comencé a hojear unas revistas de literatura de hace ya bastante tiempo, pertenecientes a aquél tiempo en donde todavía podía escribir cuentos. Y la pregunta saltó: ¿Por qué ya no?
El lunes compré dos libros: “Las Sombras Errantes” de Pascal Quignard y “Molloy” de Samuel Becket... El dinero salió del fondo que tenía previsto gastar para salir con cierta señorita que se me escabulle... El primero presentó autismo agudo en su niñez; el segundo abandonó, como algún otro conocido, su lengua materna para adoptar el francés. Y la sensación aparece: ¿Por qué yo no?
Comiendo, me comienza a abrumar una sensación que sólo puedo llamar vacío. El vértigo es insoportable. Escribo y transcribo lo que escribí:
Qué desagradable palabra: redención. Al igual que muchas otras que se insertan entre el hacer y el pensar, ésta no hace sino invocar un perdón o suponer una libertad, especie de exorcismo, cuando en realidad lo que parece hacer es iniciar una serie de argumentaciones lógicas ad infinitum.
Redimirse en o por algo... más que el inicio, supone una serie de ideas que han de terminar en ese acto o pensamiento o sentimiento.
En estos momentos de vacío, esto me salva, me ayuda a sobrellevar la sensación de malestar, ocasionado por deseos frustrados que, al mostrarse como tales, no hacen sino despertar un proceso de cuestionamiento que me coloca, a mí y a todo lo que me rodea, en una posición de solitud, de vaciamiento de sentido. Entre angustia y razonamiento, ansiedad y tristeza.
La impresión de ser nada tiene una fuerza inaudita, por el simple hecho de presuponer que lo que soy, al haber podido ser cualquier otra cosa, es irreal o insustancial. Nada de sustancia, puro pensamiento. Miedo.
En ocasiones, la contemplación es maravillosa, pues me siento fundido con el objeto de mi contemplación. En éstos momentos me siento tan ajeno a todo, que el vértigo del vacío, de la separación, su seducción, me hace temblar.
La certeza surge agazapada: “¿Por qué yo?”
Sintiendo la necesidad de hacer algo, me preparo para lavar trastes a petición de mi papá. Recuerdo que una coladera se encuentra tapa desde hace ya algún tiempo. Con asco, comienzo la actividad: restos de restos de comida, pelos de perro, un olor amargo de agua estancada. Para terminar, un poco de cloro. Observo con cierto cuidado la coladera y veo un vapor que de ella emana. Un poco más de cloro para verificar la acción del cloro. Más vapor... En mi playera, restos de los restos de los restos de comida y agua putrefacta. Ya sucio, asqueado y con un poco de sudor en mi frente, desaparece el vacío junto con el vértigo. Comprendo un poco de la necesidad de limpiar y de ensuciarse para poder hacerlo. No hay pregunta esta vez.
Compelido a seguir escribiendo, sigo.
En “Las Sombras Errantes” Quignard da muestras de cómo el lenguaje se relaciona con la muerte. Curioso, este libro ganó un premio de novela... El texto sigue un modelo de comentarios eruditos, tipo Guido Ceronetti en “El Silencio del Cuerpo”. El estilo lo adopto, peor o más que eso, lo reproduzco tal vez sin quererlo del todo. Es como una especie de tic... sin tac... para decir-recordar del tiempo que instaura la medida.
Después distinguir la tragedia del drama en sus relaciones con el tiempo... tratar de arrancarle algo a Benjamin para el ensayo que no fue. Recuerdo entonces “Ayax” de Sófocles. Inicia con Ayax que, furioso por no haber recibido las armas de Aquiles, decide que va a acabar con el ejército de los aqueos. Atenas interviene y le hace creer que, mientras descuartiza bestias –toros y cabras-, está destruyendo a sus enemigos: le hace enloquecer. Inconsolable, se suicida, como ya lo había predicho un oráculo. Según Benjamin, el héroe trágico muere en la inmortalidad, pues su tiempo pertenece a un tiempo finito... lo que sea que eso quiera decir.
Ahora que, recordando una de las tentativas para desarrollar el ensayo acerca de la tragedia, Bergson en su artículo “La Risa”, lanza algunas frases que merecen mención: “... fuera de lo humano, no existe nada cómico.” “Es probable que en una sociedad de inteligencias puras no se lloraría, pero sí se reiría”. “Cualquier otro personaje, por consciente que puedan ser todas sus palabras, y todos actos resultará cómico si existe en él un aspecto de su personalidad que él mismo desconoce, y por donde escapa a sí mismo”. Así, nos dice Bergson, se instaura una diferencia fundamental entre el drama y la tragedia y la comedia. Las primeras nos hablan de un personaje completo, cuyas acciones todas le pertenecen y obedecen a un fin que, predestinado o no, se le equipara. Por el contrario, en las comedias, lo risible es lo ya antes mencionado: una característica lleva a los personaje a realizar disparates mientras que para él todo goza de una normalidad inusitada. Tragedias y Dramas llevan títulos de nombres propios: Hamlet, Ayax, Otelo, Edipo... Comedias, el Avaro, el Metiroso...
¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera...!
-A. Machado-
Y es que, una de las revistas habla de la infancia. Hay varios artículos de la de diversos escritores, entre ellos Sabines:
“Cuando tenía tres o cuatro años, me gustaba jugar a las canicas: las tiraba a propósito por debajo de la mesa en que estaba mi mamá con otras comadres. La mesa tenía un tabique central donde ponían los pies y yo me quedaba viendo... Y se me iba la canica como por casualidad por debajo de la mesa para mirar las piernas de las señoras. Ese es uno de los recuerdos más remotos que tengo.”
Infancia: momento en que el tiempo y la tragedia convergen: inicio del tiempo y tiempo de la marca trágica: el nombre propio.
“Si no abrazamos el abandono y la angustia, la pasión, la noche de la agonía, no somos más que imágenes inexactas, piedras desechadas, mal talladas, que no caben en el edificio y que no se integran a nada.”
-Pascal Quignard-
“Hubo un tiempo, un tiempo prolongado, en el cual los hombres y las mujeres no dejaban sobre la tierra más que excrementos, gas carbónico, un poco de agua, algunas imágenes y la huella de sus pies.”
-Pascal Quignard-
Hago mal en agotar de esta forma las citas de Quignard. Aún así, todo este ensayo obedece un motivo que no vengo si no a descubrir hasta ahora: Quaesivit cum moriebatur ubi essent umbrae. Mientras expiraba, preguntó en dónde estaban las sombras.
¿Dónde estaban? ¿Es que acaso en algún momento se fueron? Fantasmas del día de hoy, sombras de antiguas lecturas, nombres que se alzan y que se tratan de hacer coincidir, espacio y tiempo, leyes de Newton, tiempo absoluto y tiempo relativo, sistema de ecuaciones, cigarros y café, tiempo transcurrido, tiempo vivido, tiempo perdido, tragedia con final completo y comprendido en su estructura, drama con final que no se deja atrapar, vicio cómico y vicio trágico según Bergson...
“Para escuchar tu queja de tus labios
yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso
laberinto de espejos.”
-A. Machado-
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