miércoles, octubre 24, 2007

Un Pensamiento Suicida Pero No

Éste cuento lo escribí hace ya unos tres o cuatro años. Yo lo encuentro muy agradable, incluso cómico, lo que no espero forme parte de sus opiniones. Éste, junto con otros cuantos, estaban destinados a participar en un concurso de cuentos en el que me pedían un mínimo de sesenta cuartillas... yo sólo pude juntar y trabajar cuarenta y cinco. En fin, espero que lo disfruten quienes nos sigan leyendo. Incluso, y si no es mucha molestia, le pediría a cada lector que lea ésta puclicación que dejara un comentario, aún cuando solo sea un punto o una coma: cuestiónes estadísticas, simplemente.
El viento soplaba como en cualquier tarde, sobre cualquier puente peatonal. El romanticismo de la ciudad de México está relegado a lo urbano. Ya no al World Trade Center, ya no a Polanco, Condesa o Zona Rosa; Coyoacán ya es sólo un sueño robado por aficionados a la fotografía y al arte, que ilusionados por el gran desierto del vacío creen estar bebiendo agua de lo que en realidad es un oasis de arena. Romántica, qué molestia para una ciudad como la nuestra en donde lo romántico becqueriano probablemente se esconde en una que otra buhardilla (romántico) en el centro, en Tepito o en un hotel en Tlalpan, y al lado una mujer horrible que se vuelve bella, un hombre que se vuelve mujer, una pasión que se convierte en gonorrea.
Él se presionaba constantemente. Leer y escuchar las críticas a la clase media, a la conforme, al colchón, el telón que no permite comparaciones tan bruscas, y por otra parte oír que ella es la que engendra a los grandes pensadores y críticos: lo mejor de ambos mundos. Los que son pero no son. La posibilidad. Él, que siempre se quedaba mirando el Ajusco desde un puente sobre el Periférico; él, que siempre se enamoraba desde el coche, desde esa intimidad tan inquietante pero necesaria. “Desde el otro lado los veo” a veces se le escapaba mientras veía el cielo pintarse de rosa y mientras el aire frío le congelaba los mocos.
Pero ya no podía caber en él ese sentimiento anacrónico. Era ilógico sentirse así con tanta cosa para gozar, tantos senos, tantos sabores, tantos colores para escoger. Tampoco para preocuparse, total al rato ya le iban a poder hacer una cabeza nueva si esa le explotaba. Era, ilógico, pero era. ¿Nostalgia, pero de qué? Como si tuviera tantos años, como si de verdad pudiera ya empezar a extrañar algo. El no sentía la crudeza pero le gustaba imaginársela. Sentir de verdad no podía llegar a ser tan placentero. “Esto que sentimos vendría a ser la versión light de la vida, Life for dummies etc. Nunca sentir tan fuerte como para de verdad luchar, desgarrarse del puro sentimiento. Habría que crear mártires de la indiferencia, del ninguneo, de la perversión”.
No recordaba desde cuando se había dado cuenta del teatro. Un golpe fuerte para salir, pero seguir paralelamente, como espectador de la vida, negándose el derecho de participar y apartándose de la responsabilidad por los demás. Triturar. Se sabía capaz de permear en esa vida que no era suya sólo para nutrirse, comida chatarra las más de las veces: seguía siendo humano, persona según los sociólogos, un ser creado por seres creados por cosas inventadas y representadas arbitrariamente por nudos a los que es imposible acceder, templos de lo obscuro, divertido. “Si soy una creación maldigo a mi creador y maldigo a sus demás creaciones. Si los demás me crearon y yo a mi vez estoy procreando a otros seres sin darme cuenta, yo no acepto esa tarea, esa carga. Yo no hice nada más que nacer, yo no tengo la culpa de lo que se me supone, me marca, me limita. De las palabras que son metáforas de cosas que no entendemos”.
Escapar, esa era su única salida. Tratar de escapar por el lenguaje. Pero eso resultaría casi imposible o discordante: vendría a tratar de escapar por el camino por el que se llegó a ese lugar, vendría a ser el silencio. “La renuncia a hablar, el silencio como único pronunciamiento, son formas de resistencia que limitan peligrosamente con la abstención, la indiferencia, la desaparición, un dejar de decir que puede entenderse como un dejar (de) hacer. Sólo es posible suponer o presumir, sin verificar, un gesto heroico pero que, por no verbalizado, pasa ignorado o, más bien no pasa. Es cierto que la palabra no alcanza, pero el silencio menos”. “Y con esto volcarse hacia silencio y dejar el lenguaje. Todo parece indicar que una opinión, un punto de vista no vale. Pero si de la misma forma tantos puntos de vista como pueden existir no coinciden en una sola voz, no se sienten unificados, todo volvería al mismo nudo. El silencioso y estruendoso devenir de todos los pensamientos sigue evocando al vacío, un vacío en donde nos encontramos, en donde me encuentro. Sinceramente, del estruendoso vacío, prefiero el silencio ortodoxo por así llamarle. Probablemente por ser más fácil pero a la vez más delicado. Instalarse en este silencio exige también una conciencia de uno mismo y de los demás. No basta con no expresar, se necesita expresar todo sin un sólo vocablo, movimiento, gesto. Es una tarea difícil, casi telepática. Lo único permitido es pensar y no dejarse llevar por lo que se ve, se oye, se siente, se huele, se saborea. Un sacrificar nuestras emociones, un destruir una necesidad, paradójicamente, propia de todos, por el solo hecho de no dejarse arrancar por el viento que todo lo mueve: si ser palmera significa rendirse ante el viento para no ser desgajada de la tierra, ser un roble para sacrificarse, sacrificarse por la necesidad de dejarse llevar a otro lugar, de utilizar al viento que tanto nos lastima como un transporte para que a nuestra estruendosa caída, no sea más el viento el que nos mueva: llegar ahí, a esa soledad, en donde el viento se detiene, en donde el viento se rinde, ahí, en donde ya no existe ese viento, ahí, en donde podemos ser nosotros, un inicio, un nuevo inicio”.
Sus cabellos se agitaban violentamente.