viernes, septiembre 21, 2007

Dios a juicio

Un senador estadounidense demanda a Dios por causar "catástrofes" en el mundo
miércoles 19 de septiembre, 07:25 AM

Washington, 18 sep (EFE).- El senador estatal de Nebraska, Ernie Chambers, presentó una demanda judicial contra Dios, al que acusa de haber causado "nefastas catástrofes" en el mundo, que han provocado muerte y destrucción sin misericordia.
El escrito fue admitido a trámite el pasado 14 de septiembre por la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska, en una prueba más de que en Estados Unidos las demandas pueden prosperar pese a lo extravagante que sea su contenido.
La demanda, a la que tuvo acceso Efe, reconoce que el "demandado" es conocido con varios "alias, títulos, nombres y designaciones".
Ante la imposibilidad de que Dios se presente en el proceso, se cita a los representantes de "varios religiones, denominaciones, y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación.
El demandante reconoce que ha hecho "razonables esfuerzos" para invocar al demandado, con llamados de "manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés", aunque sin éxito.
En la demanda, el senador lanza en lenguaje bíblico varias acusaciones contra Dios, como que ha causado "espantosas inundaciones, egregios terremotos, horrendos huracanes, terroríficos tornados, perniciosas plagas, feroces hambrunas, devastadoras sequías, y guerras genocidas".
Todas estas "nefastas catástrofes" han provocado "muertes generalizadas, destrucciones y ha aterrorizado a millones y millones de habitantes de la tierra, incluido bebes inocentes, niños, ancianos y enfermos, sin ninguna distinción".
Con todo ello, "el demandado no ha mostrado ni compasión ni remordimiento", y no contento con ello, incluso ha proclamado que "reirá cuando las calamidades ocurran".
Para Chambers, que ocupa un asiento en el Senado de Nebraska desde 1970, "la conducta pasada y la historia del demandado hace ver que sus amenazas terroríficas son creíbles".
Por ello, pide al juez que someta a Dios a un proceso judicial, no sin antes pedirle que le haga un requerimiento permanente para que cese en sus "acciones destructivas y sus amenazas terroríficas".

miércoles, septiembre 19, 2007

La Intuición Bergsoniana: Un Proceso Imaginario

Este ensayo lo escribí hace ya algunos meses y, aunque no estaba destinado a ser publicado, ahora lo hago por falta, más que de tiempo, de ideas... Se agradecerán comentarios...

Perfecto es no romper
la línea imaginaria
Exacto es el rechazo
Y puro es el asco.

-Sophia de MelloBreyner Andersen-



El concepto de intuición desarrollado por Bergson trata de situar un momento –o movimiento- por el cual el espíritu se despliega desde lo absoluto hasta lo analítico, mientras que lo contrario resultaría imposible. De esta forma, “la coincidencia con la persona misma me daría lo absoluto” (Bergson, 1903).

La intuición es pues un concepto ligado directamente con la subjetividad de un individuo que partiendo de un encuentro con textos, obras de arte y hasta paisajes, se siente absorbido por el objeto de su contemplación, para que después “como de la fuente” fluyan de él –del objeto- “naturalmente las acciones, los gestos y las palabras” (Bergson, 1903) no ya caracterizando solamente al objeto sino imprimiéndose, siendo asimilados como parte de la subjetividad. Este tipo de movimiento se tiñe de misticismo por la cercana relación que guarda con su objeto, pues nos dice el autor que éste “no será aprehendido desde fuera y, en cierto modo, desde mí, sino desde dentro, en él, en sí” (Bergson, 1903).

Se siente, pues, la intuición, cuando se percibe algo que es susceptible de ser hablado y que así debería de ser[1]. ¿Pero por qué? A manera de ejemplo, se podría tomar el desarrollo de Barthes en “El mensaje Fotográfico” respecto del punctum, pues éste fenómeno describe una experiencia cercana al concepto de intuición. Es decir, que una fotografía, no por sus dotes estéticos exclusivamente, establece con y por el que la observa una relación particular en la que el segundo se siente atraído por un “no se sabe qué” de la primera. Ésta sensación es el movimiento de la intuición misma.

¿Pero en que consiste? ¿Acaso es posible conocer al objeto de nuestra contemplación desde dentro, por sí, en sí? En este punto, el psicoanálisis aporta un conocimiento fundado en la experiencia que cambiaría la perspectiva y el alcance del concepto de intuición, y no solo esto sino de cualquier experiencia en la que existiese una relación pretendida como íntersubjetiva.
La enseñanza de Jacques Lacan, desde sus inicios en 1953, ha trabajado –entre otros desarrollos- para la constitución de un registro llamado imaginario en el que se incluyen fenómenos de reconocimiento especular. El desarrollo principal en este registro es el del estadio del espejo (Lacan, 1966), por medio del cual el niño ingresa al registro simbólico. Lo fundamental de ésta experiencia es que el niño, alrededor de los 18 meses de edad, al observarse en un espejo, explota en júbilo frente a su propia imagen, y es por medio de ésta especularidad por la que el sujeto se aliena en esa imagen de sí mismo, al igual que su deseo, desde ahora destinado a (re)conocerse en la imagen del otro.
Ahora, volviendo al concepto de intuición con ésta referencia, se podría objetar que el sujeto nada conocería sin la condición de que este conocimiento haya provenido del él mismo. Y no se diga tanto conocimiento, sino reconocimiento, que parece ser el punto más importante que se le da al concepto de intuición. Pues aunque Bergson nos diga que ésta consiste en un conocimiento desde dentro del objeto, la realidad es que esto parece ser más bien una intuición del concepto de intuición, ya que, por más que se pretenda un acercamiento subjetivo, siempre existirá una distancia entre objeto y sujeto. A lo que se opondría que el sujeto, en presencia de un conocimiento que reconoce en el otro, no reconoce en éste movimiento más que su propia imagen alienada y que por ésta misma razón le parece proveniente del objeto. Esto fundaría el sentimiento de unidad que presupone la intuición.
Pero esto no es suficiente aún, pues lo que presupone el concepto de intuición es una forma no sólo de acercarse al objeto, sino que de este acercamiento se genere un conocimiento acerca del mismo, mediante la dialéctica de la intuición y el análisis, del absoluto al concepto. Entonces, en último análisis, lo que permite a la intuición iniciar su proceso es la existencia de un material que pueda ser intuido. Así, en este caso, el material estructurado sería el motor de la intuición del que habla Bergson (1903). Pues si algo habrá de ponerse en movimiento, como ya mencioné, no podría provenir sino del propio sujeto, sustentado por una estructura que no podría ser otra más que la del lenguaje.
Así, cuando Bergson nos dice que “no repetiremos bastante que de la intuición puede pasarse al análisis, pero no del análisis a la intuición” (1903), se podría completar: siendo la intuición un movimiento que recoge los elementos que le preceden, lo que así mismo podría traducirse por: el registro imaginario es el que pone en juego los elementos simbólicos. Y claro que el análisis supone la fragmentación del objeto, su parcialidad[2]. Sin embargo, y dado que el lenguaje es el único medio de que disponemos[3] para enfrentarnos a la realidad, no cabe más que suponer una parcialidad innata del hombre para conocerla.
Una vez más recurro a las enseñanzas de Lacan (1966), ahora respecto del registro simbólico. Así, si bien el sujeto se encuentra ya alienado respecto de su deseo, también es víctima del lenguaje y de su parcialidad, pues la única forma de entrar en él es siendo representado por un significante en la cadena significante. Así, desde su entrada en el registro simbólico, el sujeto es incapaz de conocerse a sí mismo por el hecho de ser representado por un significante para otro significante.
Resumiendo, el sujeto es representado por un significante, incapaz de (re)conocerse sino es mediante su objetivación por medio del lenguaje, que a su vez se coagula en el reconocimiento que recibe del orden de lo imaginario. Destacando la preeminencia de lo simbólico sobre lo imaginario.[4]
Así, se ve que la duración es un fenómeno que participa de lo imaginario en tanto se conforma a partir de la convergencia de dos elementos, pero sobre todo, del sentimiento de pretendida unidad que fundaría la relación –intuida como fusión- de ambos elementos.
“El mismo pensamiento se traduce igualmente en frases diversas compuestas de palabras diferentes con tal que esas palabras guarden entre sí la misma relación”. Es decir, que el sentido, creado por las palabras (imaginario), trasciende a las palabras mismas (simbólico). Esto que Bergson llama intuición no es más que un sentido posible gracias a las palabras y lo que ellas mismas son capaces de evocar: ausencia llenada por la unidad pretendida.
En relación con lo que el concepto de intuición pretende instituir como el camino de la metafísica, definida por Bergson como “la ciencia que pretende prescindir de símbolos”, se puede observar que bajo esta exposición la empresa se muestra imposible.
Lo que se plantearía entonces sería, en primer lugar situar a la metafísica oponiéndola a los registros antes mencionados[5]. Así las cosas, se ve que el desarrollo de este concepto comulga con la teoría lacaniana, con la diferencia del matiz místico además de la preeminencia de lo simbólico como fundador de la noción de sujeto[6].
No es crítica a los desarrollos filosóficos como tampoco es negar la presencia de la intuición. Sólo cabe resaltar la anterioridad lógica necesaria para no hacer del concepto y momento de intuición un hocus pocus, pase mágico unificador al estilo cogito, ergo sum, o contentarnos con decir que “lo absoluto es perfecto, porque es perfectamente lo que es” (Bergson, 1903).
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Bibliografía

· Nietzsche F., (1885), Más Allá del Bien y del Mal, Barcelona, Altaya, (1999).
· Bergson H., (1903), Introducción a la Metafísica, México, Porrúa, (1986).
· Lacan J., (1966), Escritos, México, Siglo Veintiuno, (2003).
· Block de Behar L., (1984), Una Retórica del Silencio, México, Siglo XXI, (1984).





[1] La renuncia a hablar, el silencio como único pronunciamiento, son formas de resistencia que limitan peligrosamente con la abstención, la indiferencia, la desaparición, un dejar de decir que puede entenderse como un dejar (de) hacer. Sólo es posible suponer o presumir, sin verificar, un gesto heroico pero que, por no verbalizado, pasa ignorado o más bien no pasa. Es cierto que la palabra no alcanza, pero el silencio menos. (Block de Behar, 1984)
[2] Cfr. nota 1
[3] Aún las matemáticas se conforman como un lenguaje.
[4] Esto es un punto que Lacan modificaría con el tiempo, en cuanto a la preeminencia de un registro sobre otro. Sin embargo, estos planteamientos se sostienen a lo largo de su enseñanza y fundan la base para posteriores desarrollos.
[5] En este trabajo prescindí de la exposición del real, definido como lo no simbolizable. Mismo al que Lacan otorgará mayor importancia en posteriores desarrollos (Cf. nota 5).
[6] De no ser así, se podría objetar el argumento nietzscheano respecto de los filósofos y sus sistemas: abogados de sus propias ideas (1885), este término en el sentido racionalista por excelencia: realidades, que siendo subjetivas se pretenden llevar a la objetivación “... mientras todo guarde cierto sentido” (Bergson, 1903).

miércoles, septiembre 12, 2007

La mente de conservadores y liberales reacciona distinto al mismo estímulo

Publicado en La Jornada el 12 de septiembre de 2007:
Los primeros tienden a buscar orden y estructura en sus vidas, reportan científicos de Nueva York
En tanto, los segundos muestran mayor tolerancia hacia la ambigüedad y la complejidad, explican
Afp
París, 11 de septiembre. Las neuronas del cerebro de liberales y de conservadores reaccionan de forma diferente ante decisiones difíciles, según un estudio publicado en la revista británica Nature Neuroscience.
Desde que Aristóteles afirmara que el ser humano es un animal político por naturaleza, decenas de estudios establecieron una fuerte relación entre persuasión política y ciertos aspectos de la personalidad de los individuos.
Los conservadores tienden a buscar orden y estructura en sus vidas y son más coherentes a la hora de tomar decisiones. Los liberales, por el contrario, muestran una mayor tolerancia hacia la ambigüedad y la complejidad, y se adaptan más fácilmente a circunstancias inesperadas, indicó el estudio divulgado el domingo.
La afinidad entre visiones políticas y “estilos cognitivos” también es hereditaria, agregó la investigación.
Intrigado por estas correlaciones, el politólogo de la Universidad de Nueva York, David Amodio, y varios colegas decidieron determinar si los cerebros de liberales y conservadores reaccionaban en forma diferente a los mismos estímulos.
A un grupo de 43 personas se le solicitó realizar una serie de pruebas informáticas diseñadas para evaluar su respuesta ante pautas ideadas para romper una rutina bien establecida.
“La gente suele regresar a casa desde el trabajo por el mismo camino, un día tras otro, hasta que eso se vuelve un hábito y no requiere pensar mucho”, explicó Amodio.
“Pero ocasionalmente la calle está en reparación, o quizás un animal la está cruzando, y uno tiene que romper una respuesta habitual para hacerse cargo de la nueva información.”
Usando electroencefalogramas, que miden impulsos neuronales, los investigadores examinaron la actividad en una parte del cerebro –la corteza cingulada anterior– que está fuertemente vinculada con el proceso de autorregulación del control del conflicto.
Quienes se habían autodenominado liberales mostraron “significativamente mayor actividad neuronal relacionada con el manejo del conflicto” cuando la hipotética situación instaba a un cambio de rutina.
Los conservadores, sin embargo, eran menos flexibles, y se negaban a cambiar viejos hábitos “a pesar de señales de que éstos (...) debían cambiarse”.
Si esto es bueno o malo depende obviamente de la perspectiva de cada uno: uno puede interpretar los resultados con que los liberales tienen una mente abierta y que los conservadores son rígidos y tercos.
O uno puede concluir igualmente que los liberales no tienen personalidad ni defienden sus ideas, mientras los conservadores son leales e inquebrantables.
¿Qué está primero: el modelo de actividad neuronal que cada uno tiene o la orientación política? Amodio es renuente a dar una respuesta definitiva.
“Los mecanismos neuronales para el control de los conflictos se forman tempranamente en la infancia”, y probablemente se originan en parte de la herencia genética de los individuos, dijo.
“Pero aunque proporcionan un modelo para orientaciones más liberales o más conservadoras, los genes están determinados sustancialmente por el ambiente que rodea al individuo a lo largo de su desarrollo”, advirtió.

martes, septiembre 11, 2007

¿Cómo es que he llegado a ser esto que soy?

Desde hace algún tiempo, la pregunta que sirve de título para ésta publicación me ha estado rondando la cabeza: es que de la respuesta y de la forma en que esté dada dependería la definición del sujeto que en ella se incluye y, sobre todo, algún atisbo de en lo que habrá de devenir en un futuro no muy lejano. Parecería que ésta misma afirmación se plantea como pesimista, incluso dogmática. Sin embargo, pienso que si se reflexiona detenidamente acerca de la pregunta, no podemos escapar de poder decir, en más o menos palabras: “soy lo que he sido”, es decir, dar una respuesta que hace sentir su efecto de dictamen generalizado, pero que todavía necesitaría ser desglosada.

También quisiera agregar que, dado que la única forma de poder dar una respuesta que pudiera alcanzar un grado o matiz de verdad es aportar elementos subjetivos –dado que el sujeto en cuestión, el que realiza la pregunta, sería el único capaz de dar cuenta de su subjetividad-, en la presente publicación se encontrarán algunas ideas personales. Esto, sin embargo, creo que podría ejercer una influencia positiva en el lector, pues, ya sea en literatura o en poesía, artes plásticas o escénicas o música, podemos encontrar desarrollos de un sujeto –el autor- pero que, ya sea por el estilo o por lo significativo de los temas –todos sufrimos de las mismas pasiones pero en nuestra subjetividad-, pueden encontrar en nosotros mismos algún eco que los llene de vida.

Como anexo de la introducción, añadiré que, si bien la pregunta ya acechaba, la verdad es que terminó por definirse con el sentido que trataré de mostrar aquí –que no es más que el mío-, con la lectura de un libro que tiene todo que ver con lo que aquí se pretende responder. Ese libro es el “Retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde. Y ya mencionado el libro que vino a coagular o dar forma definitiva a la pregunta, creo que no merece mayor explicación, pues la misma idea de un retrato en el que se pueden observar los resquicios más profundos de nuestro espíritu basta ya para mostrar el camino o los caminos por los que se podría seguir de aquí en adelante.

Sin embargo, detengámonos en una palabrilla que a mí me hizo eco en el momento mismo de escribir esto que se lee. La palabrilla en cuestión es “mostrar”. Pues en este acto que parecería venir del “afuera”, como algo ajeno a nosotros mismos, es por una curiosa razón el mismo por el que nos podemos llegar a encontrar, brusca ruptura mediante, con un nosotros “exterior” del que, si bien podríamos ya haber detectado su presencia, es justamente ésta la que sólo parece mostrarse cuando algún cambio no sabido hasta entonces por nosotros se muestra de pronto. De aquí el valor metafórico del cuadro en la novela de Wilde: Dorian Gray y su retrato dan la idea de la necesidad de un reflejo –¿moral, conciencia, culpa?- sin el cual pareceríamos estar perdidos, desposeídos de nosotros mismos.
Ahora, son justamente las tres pérfidas palabras arriba mencionadas las que han venido a cuestionar un poco esto que estoy siendo y, sobre todo, lo que podría ser. Me parece que, por ejemplo, los momentos de reflexión son sólo posibles cuando algún elemento o factor es cuestionado, esto es, ponerlo en duda de alguna u otra forma. Por el contrario, lo que parece estar articulado de forma correcta –lo que sea que eso signifique- no puede ofrecernos una imagen, digamos, distorsionada de nosotros mismos. De esto, me parece que se desprende otro factor, y es el hecho de que moral, conciencia y culpa han de recibir, también, una significación subjetiva. Incluso, no creo haber emprendido una descripción exhaustiva al haberlas mencionado, ni lo pretendía, debido a lo ya dicho con anterioridad: parte de mi experiencia la utilizo como ejemplo y plataforma para la creación de un sentido en ésta publicación.
Entonces, nosotros como sujetos nos encontramos sumergidos en un campo imaginario que nos construye a fuerza de reflejos y distorsiones. Nuestra imagen reflejada es gran parte del conocimiento que tenemos de nosotros mismos, imagen consolidada. Pero cuando percibimos alguna distorsión –que se muestra tal cual, pero causa en nosotros un impacto- llega el momento de la duda, de la agresión, pues ese cambio en la imagen nuestra nos parece un atentado contra nuestro propio cuerpo, nuestra idea acerca de nosotros mismos. A este respecto, cómo olvidar los diversos pasajes en los que Gray, al ser cuestionado acerca de su comportamiento, al mostrársele los hechos de su crueldad, del “gusto por sus pecados”, reacciona de manera violenta, llegando incluso al asesinato de uno de sus mejores, pero exiliados amigos.
No creo que sea necesario mencionarlo, pero es necesario hacer énfasis, el drama entero de Gray se funda en el narcisismo que, desde los griegos, sabemos se relaciona con la imagen del rostro de un ser humano que, por una u otra razón, le lleva a la muerte. Pero dejando de lado éstas apreciaciones psicológicas -éste no es el lugar ni la intención-, prefiero mantenerme en lo literario. Aún así, éstas referencias sirven para verificar cómo es que la influencias negativas abundan en este tipo de motivos: en ambos encontramos una combinación de orgullo, obstinación y petulancia que parecería causar una suerte de repugnancia, manifiesta, por ejemplo, en el mal olor de la bella flor tanto como en la distorsión del retrato.
Ahora, que qué ha distorsionado mi imagen por momentos, no lo revelaré. Sin embargo, habrá que dejar algo abierto –la muerte es lo que en ambos relatos consolida objetos- para el lector: si bien la pregunta está hecha, “¿Cómo he llegado a ser esto que soy?”, resta otra no menos importante: “¿En dónde el retrato?”
Termino con esta frase para justificar la probable ambigüedad de lo hasta ahora escrito:
Se puede perdonar a un hombre el hacer alguna cosa útil, siempre que no la admire.
La única disculpa por hacer cosas inútiles, es el sentir por ellas una atracción intensa.

-Oscar Wilde, Prefacio a “El Retrato de Dorian Gray”-