Relaciones Retroactivas de un Meopa
La publicación anterior me dejó un mal sabor de boca, no tanto por los hechos que menciono sino por el tono en que lo hice. Es que parecería que las palabras son sensiblemente suceptibles de ser ensuciadas, o mejor dicho, de ser utilizadas en una forma que no va con su esencia. Y las cosas se ponen peor al momento en que se empieza a hablar de política u opinar al respecto: todo se pone un tanto tenebroso, desde la expresión sin mordaza de la propia opinión -que, aunque conlleve un análisis nunca podrá ser desprovista de ese sesgo subjetivo que la hace siempre refutable- hasta la expresión de una convicción fundada como "lo necesario" -que no muestra sino la fragilidad del ser humano en lo que concierne a lo que él debería de ser en comparación con lo que es. Por éstas razones, he decidido publicar un ensayo que, como ya es costumbre, fue escrito hace ya algún tiempo, ese tiempo en donde todavía se podían escribir cosas que sorprendieran o que, de menos, dejaran un buen sabor de boca... Espero, ¡oh! Lector inexistente, te agrade...
Relaciones Retroactivas de un Meopa
Hermano de mí mismo
espía sin halago, pero al final cediendo
a la dulce moneda de la sangre,
al falso centinela del espejo.
No estoy del todo aquí donde me hablo.
Creo que me dejé en Chile y en Roma,
en Stevenson, en música y voces,
en un sauce de Bánfiel, en los ojos
de una perra que quise, en dos
o tres amigos muertos.
Esto que queda vive,
pero sabe que la urna está vacía.
-J. Cortázar-
espía sin halago, pero al final cediendo
a la dulce moneda de la sangre,
al falso centinela del espejo.
No estoy del todo aquí donde me hablo.
Creo que me dejé en Chile y en Roma,
en Stevenson, en música y voces,
en un sauce de Bánfiel, en los ojos
de una perra que quise, en dos
o tres amigos muertos.
Esto que queda vive,
pero sabe que la urna está vacía.
-J. Cortázar-
Empapado de residuos, me encuentro a mí mismo cediendo, dejándome llevar. Aún así, no es la sangre, no es el tiempo, menos el espacio, que no existe, lo que me mueve.
Intento buscar la línea de lo que soy, de lo que he sido, pretendiendo así un futuro, menos que irremediable, predecible. La sorpresa no es lo que es si se la previene, si se la espera. Sorpresa muerta, bulto sin vida arrojado, así el futuro, en este no pretender más que lo que se es...
El vacío puede o no existir: fuera de nuestras fuerzas el lleno y el vacío. Dentro o fuera, aquí o allá, presente o pasado, todo depende de la posición que se tome. La urna hablaría por sí misma pero no es escuchada: “No es el contenido, sino yo, el continente”. Así la urna y así la razón. El contenido hablaría por sí mismo, pero no es escuchado: “No es el continente, sino yo, el contenido”. Así el contenido y así el deseo. Una frente al otro, el otro frente a la una, ¿no querrían hablar de lo mismo, es decir, de sí mismas? Todo tropieza con estas ideas que pugnan por diferenciarse. ¿Pero es que todo tiene que ser diferente para ser? ¿Es que acaso el concepto “mismo” no tiene existencia propia, o no se la suponemos? ¿Qué sería lo mismo?... Todo y nada, conceptos que se reparten la existencia... ¿Pero qué decir de existencia? Existe todo, existe nada... EXISTE... La presencia, amante de la existencia, nos engatusa: así de puta su condición.
Ahora, que lo que queda vive, sobra... No somos nosotros –y esto ya es mucha concesión- los que hablamos. Las cosas hablan a través de nosotros, nosotros, que somos por no ser. “Esto”, en rigor, ¿qué es “esto”? Representación de una presencia inmediata, fugaz, atroz. ¿”ESTO”?, no tiene referente, no existe. Pero la diferencia entre el esto y el vivir no existe. Bien se podría demostrar así: “esto existe” o “existe esto”. Sí, la intención -¿la vida?- muestra: pero qué del predicado, qué del sujeto. ¿Cuál califica, cuál recibe la acción? Si lo que queda vive, ¿lo que vive queda? Imposible la equiparación. El tiempo rebasa a lo que queda... ¿pero a la vida?...
Tres, es el número que implanta la diferencia, la separación: sin el tres –no el unomásunomásuno sino el tres como tercer objeto dentro de una estructura- no existiría una real existencia: antes del tres el esto. Menos acá del tres nada más que la función del esto, y la vida jugando sin tomar papel. La muerte sin el tres es... pero es sin vida, es muerte mediocre. La muerte sólo acontece gracias a un tercero. ¿Cómo comunicar la muerte de alguien si no existe un tercero que escuche? Muerte no existe sin que se hable de ella. Aún así, inmortal como lo es persiste: nosotros gozamos de la desdicha de transmitirla a los que siguen vivos, a los terceros, a los ajenos a esa relación nuestra que ya no es más que fantasma, mascarada.
Entre dos, el amor es inevitable: surge de la nada, parecería que surge de dos estos tratando de alcanzar la vida, tratando de vencer a la muerte. El amor parece ser la lucha contra la muerte, de mínimo la lucha contra la certidumbre de su llegada. A través del amor se trata de insinuar algo superior, algo inmortal. Y si de amar se trata, más bien se tendría que hablar de la intención de tener algo por el cual podemos hablar o de algo que guardará nuestra palabra: se quiere ser recordado, no se quiere morir. Así, el amor se expresa por el querer hablar después de la muerte: no importa quién hable, sea perra, puta o santa, lo que importa es la palabra del que trata de escapar a su muerte. En nombre del amor se puede sacrificar lo que sea, mientras la propia palabra exista.
Se dice que los ojos son la ventana del alma. Pero, al ser los ojos dos, y no tres o más, uno puede predecir los resultados de lo que puede ser visto: la dualidad de cualquier cosa no implica otra que la necesidad de una corroboración, de una verificación, que no involucra otro parámetro que la concordancia, sin importar su fuente. Así, el árbol, imagen de la totalidad por sí desarrollada, en sí desarrollada, nos invita a la imitación. Por otra parte, el árbol en sí, no es sino circunstancia. Así, se venera y admira su crecimiento y su grandeza, mientras se hacen a un lado las circunstancias que lo hicieron posible. Admiramos árboles cuando en realidad son retoños de algo que les rebasa. Tristeza comprensible de un sauce que lo comprende, sea derrochador de notas musicales o institución generadora de futbolistas.
El sonido tiene dos vertientes, digamos, la salvaje y la articulada. En ocasiones, la segunda sirve bien a los propósitos de la primera, pues la diferencia la hace asequible, determinable, por medio del uso de categorías desarrolladas a partir de trabajos puramente matemáticos. En cambio, la primera, es una masa de energías sólo domesticables por el poder de los decibeles, sólo por éstos identificable. Música y voz existen gracias al control sobre el infinito de las vibraciones que nosotros determinamos como acústicas. Pero si la concepción del sonido sólo se logra comprender como una irrupción en el plano del silencio, entonces es el silencio la materia prima. Al parecer, no somos sino irrupciones sobre un silencio indecible, inimaginable: nuestra palabra, nuestro nombre, pura ruptura.
Las voces de Neruda y Virgilo permanecen por los territorios en los que nos introducen; el reciente desarrollo de la vinicultura y la antigua tradición de la pasta; los Alpes y la Cordillera de los Andes. Zonas geográficas delimitadas por la circunscripción de las grandes piedras. Uno y otro lugar nos dan una idea parecida por las piedras, por su aridez y por el mar que les ofrece una libertad de solución salina. En realidad no existe ni la pasta ni el viñedo: existe el hombre que se deja existir por ellos.
Hablar donde me hablo, es decir, hablar en donde no estoy del todo. La experiencia es cotidiana pero no por eso conocida. Siempre existe un hueco –si bien la metáfora sirve, en este caso hace valer su contundencia- en donde no se está. Interesantes postulados de la física clásica: un cuerpo no puede ocupar el mismo espacio que otro. Entonces, ¿cuál la diferencia entre la palabra y la acción? Ambas, de naturaleza física, se oponen en cierto sentido: la palabra, no parece ser sino una premonición o advenimiento de una idea; la acción, que implica la cosificación de la idea, su realización. Así, no estar del todo aquí donde me hablo, habla más que ambas: no existe el valor relativo, pues su absoluto, indecible, inexpresable, las abarca por el silencio de ambas.
¿Quién ha de vigilar el ruido que somos? El espejo, esa invención del siglo XVIII, tal como la conocemos, nos ha dado la esencia de la presencia, de la autopresencia. Parecería pleonasmo... pero no existe otra explicación: el espejo es un pleonasmo de nuestra imagen, algo redundante. La extrañés (sic) frente al espejo, esa parte que escapa al saber de que somos pero que nos podemos encontrar en donde no estamos, esa parte que nos impide ser esa imagen que no somos, el censor. ¿Pero es que sólo un espejo es capaz de reflejar lo que somos? Todo es espejo, pues nos devuelve, en forma de consecuencias, sabidas o no, nuestras acciones. El centinela sería esa instancia, ese espejo imaginario, que nos lleva a ver nuestra imagen según sus modelos. Sin saberlo, somos espejo de los otros y solo reflejo de nosotros.
Todo en esta vida se paga. El concepto de valor de cambio es sólo una extensión de las pérdidas carnales o ideales que hemos sufrido. ¿Por qué reducir una deuda a la sangre? El esperma, el óvulo, juegan un papel anterior, del que la sangre sólo es tributario. Incluso el desarrollo de los genes es sólo trámite. ¿La sangre? No es sino la analogía más vulgar de lo que sería la vida: un líquido que, inasible pero sensible, se escurre entre las manos de todos. No existiría, pues, algo vivo, sino la sustancia de la vida que, al mismo tiempo, como las grandes obras de arte, tiene un valor inestimable e irremediablemente relacionado con lo que se fue en detrimento de lo que se es.
Ceder es característica de los débiles... se dice. Pero ceder parece ser la única puerta que permitiría la entrada a un amor que no fuese el que se siente por uno mismo. Aún así, se ame a los demás o a uno mismo, la característica persiste: se cede frente al amor. Al final, pues, tenemos al amor funcionando como motor de todo. Halago y espía se contraponen como placer y culpa frente a esta fuerza que es el amor, independientemente de su objeto. ¿Cómo entender ambas posiciones, su diferencia no sólo conceptual sino empírica –conciencia moral- sin concebir al centinela, ese que se interpone entre los espejos? Un halago puede ser una maldición. Un espía, una revelación.
La totalidad hace de sus residuos -¿incongruente?- su característica. Que las características, las partes, deban de ser mencionadas para proponer una cierta totalidad, resulta ser un contrasentido inherente a toda ex-istencia. Hermano de mí mismo, no soy nadie y soy todo, siento todo y no siento nada.
Continente sin contenido, contenido sin continente, la relación permanece, siempre, inversa: soy lo que no soy, no soy lo que soy.
Intento buscar la línea de lo que soy, de lo que he sido, pretendiendo así un futuro, menos que irremediable, predecible. La sorpresa no es lo que es si se la previene, si se la espera. Sorpresa muerta, bulto sin vida arrojado, así el futuro, en este no pretender más que lo que se es...
El vacío puede o no existir: fuera de nuestras fuerzas el lleno y el vacío. Dentro o fuera, aquí o allá, presente o pasado, todo depende de la posición que se tome. La urna hablaría por sí misma pero no es escuchada: “No es el contenido, sino yo, el continente”. Así la urna y así la razón. El contenido hablaría por sí mismo, pero no es escuchado: “No es el continente, sino yo, el contenido”. Así el contenido y así el deseo. Una frente al otro, el otro frente a la una, ¿no querrían hablar de lo mismo, es decir, de sí mismas? Todo tropieza con estas ideas que pugnan por diferenciarse. ¿Pero es que todo tiene que ser diferente para ser? ¿Es que acaso el concepto “mismo” no tiene existencia propia, o no se la suponemos? ¿Qué sería lo mismo?... Todo y nada, conceptos que se reparten la existencia... ¿Pero qué decir de existencia? Existe todo, existe nada... EXISTE... La presencia, amante de la existencia, nos engatusa: así de puta su condición.
Ahora, que lo que queda vive, sobra... No somos nosotros –y esto ya es mucha concesión- los que hablamos. Las cosas hablan a través de nosotros, nosotros, que somos por no ser. “Esto”, en rigor, ¿qué es “esto”? Representación de una presencia inmediata, fugaz, atroz. ¿”ESTO”?, no tiene referente, no existe. Pero la diferencia entre el esto y el vivir no existe. Bien se podría demostrar así: “esto existe” o “existe esto”. Sí, la intención -¿la vida?- muestra: pero qué del predicado, qué del sujeto. ¿Cuál califica, cuál recibe la acción? Si lo que queda vive, ¿lo que vive queda? Imposible la equiparación. El tiempo rebasa a lo que queda... ¿pero a la vida?...
Tres, es el número que implanta la diferencia, la separación: sin el tres –no el unomásunomásuno sino el tres como tercer objeto dentro de una estructura- no existiría una real existencia: antes del tres el esto. Menos acá del tres nada más que la función del esto, y la vida jugando sin tomar papel. La muerte sin el tres es... pero es sin vida, es muerte mediocre. La muerte sólo acontece gracias a un tercero. ¿Cómo comunicar la muerte de alguien si no existe un tercero que escuche? Muerte no existe sin que se hable de ella. Aún así, inmortal como lo es persiste: nosotros gozamos de la desdicha de transmitirla a los que siguen vivos, a los terceros, a los ajenos a esa relación nuestra que ya no es más que fantasma, mascarada.
Entre dos, el amor es inevitable: surge de la nada, parecería que surge de dos estos tratando de alcanzar la vida, tratando de vencer a la muerte. El amor parece ser la lucha contra la muerte, de mínimo la lucha contra la certidumbre de su llegada. A través del amor se trata de insinuar algo superior, algo inmortal. Y si de amar se trata, más bien se tendría que hablar de la intención de tener algo por el cual podemos hablar o de algo que guardará nuestra palabra: se quiere ser recordado, no se quiere morir. Así, el amor se expresa por el querer hablar después de la muerte: no importa quién hable, sea perra, puta o santa, lo que importa es la palabra del que trata de escapar a su muerte. En nombre del amor se puede sacrificar lo que sea, mientras la propia palabra exista.
Se dice que los ojos son la ventana del alma. Pero, al ser los ojos dos, y no tres o más, uno puede predecir los resultados de lo que puede ser visto: la dualidad de cualquier cosa no implica otra que la necesidad de una corroboración, de una verificación, que no involucra otro parámetro que la concordancia, sin importar su fuente. Así, el árbol, imagen de la totalidad por sí desarrollada, en sí desarrollada, nos invita a la imitación. Por otra parte, el árbol en sí, no es sino circunstancia. Así, se venera y admira su crecimiento y su grandeza, mientras se hacen a un lado las circunstancias que lo hicieron posible. Admiramos árboles cuando en realidad son retoños de algo que les rebasa. Tristeza comprensible de un sauce que lo comprende, sea derrochador de notas musicales o institución generadora de futbolistas.
El sonido tiene dos vertientes, digamos, la salvaje y la articulada. En ocasiones, la segunda sirve bien a los propósitos de la primera, pues la diferencia la hace asequible, determinable, por medio del uso de categorías desarrolladas a partir de trabajos puramente matemáticos. En cambio, la primera, es una masa de energías sólo domesticables por el poder de los decibeles, sólo por éstos identificable. Música y voz existen gracias al control sobre el infinito de las vibraciones que nosotros determinamos como acústicas. Pero si la concepción del sonido sólo se logra comprender como una irrupción en el plano del silencio, entonces es el silencio la materia prima. Al parecer, no somos sino irrupciones sobre un silencio indecible, inimaginable: nuestra palabra, nuestro nombre, pura ruptura.
Las voces de Neruda y Virgilo permanecen por los territorios en los que nos introducen; el reciente desarrollo de la vinicultura y la antigua tradición de la pasta; los Alpes y la Cordillera de los Andes. Zonas geográficas delimitadas por la circunscripción de las grandes piedras. Uno y otro lugar nos dan una idea parecida por las piedras, por su aridez y por el mar que les ofrece una libertad de solución salina. En realidad no existe ni la pasta ni el viñedo: existe el hombre que se deja existir por ellos.
Hablar donde me hablo, es decir, hablar en donde no estoy del todo. La experiencia es cotidiana pero no por eso conocida. Siempre existe un hueco –si bien la metáfora sirve, en este caso hace valer su contundencia- en donde no se está. Interesantes postulados de la física clásica: un cuerpo no puede ocupar el mismo espacio que otro. Entonces, ¿cuál la diferencia entre la palabra y la acción? Ambas, de naturaleza física, se oponen en cierto sentido: la palabra, no parece ser sino una premonición o advenimiento de una idea; la acción, que implica la cosificación de la idea, su realización. Así, no estar del todo aquí donde me hablo, habla más que ambas: no existe el valor relativo, pues su absoluto, indecible, inexpresable, las abarca por el silencio de ambas.
¿Quién ha de vigilar el ruido que somos? El espejo, esa invención del siglo XVIII, tal como la conocemos, nos ha dado la esencia de la presencia, de la autopresencia. Parecería pleonasmo... pero no existe otra explicación: el espejo es un pleonasmo de nuestra imagen, algo redundante. La extrañés (sic) frente al espejo, esa parte que escapa al saber de que somos pero que nos podemos encontrar en donde no estamos, esa parte que nos impide ser esa imagen que no somos, el censor. ¿Pero es que sólo un espejo es capaz de reflejar lo que somos? Todo es espejo, pues nos devuelve, en forma de consecuencias, sabidas o no, nuestras acciones. El centinela sería esa instancia, ese espejo imaginario, que nos lleva a ver nuestra imagen según sus modelos. Sin saberlo, somos espejo de los otros y solo reflejo de nosotros.
Todo en esta vida se paga. El concepto de valor de cambio es sólo una extensión de las pérdidas carnales o ideales que hemos sufrido. ¿Por qué reducir una deuda a la sangre? El esperma, el óvulo, juegan un papel anterior, del que la sangre sólo es tributario. Incluso el desarrollo de los genes es sólo trámite. ¿La sangre? No es sino la analogía más vulgar de lo que sería la vida: un líquido que, inasible pero sensible, se escurre entre las manos de todos. No existiría, pues, algo vivo, sino la sustancia de la vida que, al mismo tiempo, como las grandes obras de arte, tiene un valor inestimable e irremediablemente relacionado con lo que se fue en detrimento de lo que se es.
Ceder es característica de los débiles... se dice. Pero ceder parece ser la única puerta que permitiría la entrada a un amor que no fuese el que se siente por uno mismo. Aún así, se ame a los demás o a uno mismo, la característica persiste: se cede frente al amor. Al final, pues, tenemos al amor funcionando como motor de todo. Halago y espía se contraponen como placer y culpa frente a esta fuerza que es el amor, independientemente de su objeto. ¿Cómo entender ambas posiciones, su diferencia no sólo conceptual sino empírica –conciencia moral- sin concebir al centinela, ese que se interpone entre los espejos? Un halago puede ser una maldición. Un espía, una revelación.
La totalidad hace de sus residuos -¿incongruente?- su característica. Que las características, las partes, deban de ser mencionadas para proponer una cierta totalidad, resulta ser un contrasentido inherente a toda ex-istencia. Hermano de mí mismo, no soy nadie y soy todo, siento todo y no siento nada.
Continente sin contenido, contenido sin continente, la relación permanece, siempre, inversa: soy lo que no soy, no soy lo que soy.