Éste ensayo fue escrito hace ya algunos meses, pero me parece que incluye algunos de mis intereses acerca del lenguaje como tal y acerca de algunas otras situaciones que más bien hoy podrían definirse como "asco por la psicología".
Y será como el que tiene hambre y sueña, y parece que come, mas cuando despierta, su alma está vacía.
-Isaías 29:8-
Desde la semana pasada, mientras tenía una conversación con una compañera, caí en la cuenta de lo que el uso de conceptos psicológicos en el lenguaje cotidiano promovía: esto es, una barrera para la comunicación efectiva en materia emocional.
La creación de conceptos es un evento económico cognitivo en el que debido a un consenso social se expresa un conglomerado de características mediante el uso de una sola palabra. Por otra parte, también es cierto que el significado de los conceptos, las características que en ellos se encierran, varían más o menos dependiendo de la persona que hace un uso particular de ellos. Por ejemplo los conceptos amor, belleza, bien, mal, etc. Sin embargo y a pesar de las ligeras diferencias entre una y otra concepción, su principal función es crear consenso y fomentar lo que llamamos comunicación.
Ahora, aquí lo que me parece interesante es que la creación de conceptos se basa en la exclusión e inclusión de cierto número definido de características; esto es, diferenciando lo conceptuado a partir de su relación con otros conceptos. También resultan interesantes las características que cierto concepto adquiere a partir del contexto en que es enunciado. Es por esto precisamente que se busca normalizar el lenguaje, encuadrarlo en los aspectos científicos para evitar malentendidos que en esencia estén refiriéndose al mismo fenómeno. Y a partir de ésta última característica es donde me percato del aislamiento de lo concreto en beneficio de lo abstracto, de lo personal en beneficio de lo impersonal, que el uso del lenguaje, cierto tipo de lenguaje, comienza a imprimir en la vida de cada sujeto; en específico, me refiero al lenguaje especializado de ciertas profesiones, aunque no excluyo los diferentes conceptos utilizados en otros ámbitos sociales. Repito, la creación de conceptos, sobre todo en beneficio de una teoría, ésta destinada a lo que las ciencias mismas realizan en la práctica, buscando propiedades elementales: aislar un fenómeno para facilitar su estudio; situación que sin embargo, obliga a dejar de lado, momentáneamente, las relaciones que dicho fenómeno establece con su medio. En fin, lo esencial es aislar.
Así como en física se distinguen precisamente propiedades de la materia; en química propiedades de la estructura molecular; en economía los modelos que ponen en juego las fluctuaciones del mercado; así también en la psicología, al propiciar la elaboración de conceptos, se aíslan exactamente los fenómenos que entran en juego en la profesión -en este caso, enfocándome sólo en los factores emocionales. Es decir, el mismo uso del lenguaje psicológico ejerce una fuerza de aislamiento que, a mi parecer, cumple no sólo la función de servir a la teoría sino también como un escudo al propio practicante. Así como en la ingeniería industrial, al elaborarse secuencias de trabajo para las industrias, trabajadores, tiempos de producción etc. que influirán de forma directa tanto en el desempeño de las máquinas como en los resultados que éstas reflejen, se realizan sobre una base teórica, de la misma forma, en psicología la base teórica sirve de fundamento para determinar los aspectos a tomar en cuenta así como los resultados que se mostrarán. Lo que con esto quiero decir es que en la analogía anterior, para los psicólogos, la “maquinaria” que utilizan resulta ser su propia estructura psíquica, y por lo tanto, lo que de cierta forma nos protege es la teoría al aislar la parte emocional de la parte “racional”. Es por eso que los psicólogos deben de ser analizados, para evitar justamente una interacción emocional que pueda perjudicar al paciente.
Entonces, si el argot psicológico está destinado a promover un aislamiento respecto de las emociones en beneficio de su comprensión, ¿cuáles serían sus repercusiones fuera de su contexto, en un lenguaje que, como todos pero en diferente “dimensión”, se conforma de exclusiones e inclusiones? ¿Qué se incluye y qué se excluye?
Es que al parecer, la inclusión, el apropiamiento de un concepto científico cualquiera por parte de la sociedad en general, adquiere este hálito de profundidad de superficie, de neo-mito utilizado para explicar ciertas situaciones que sin embargo habrían pasado desapercibidas, aunque se les siga teniendo como fantasmas prestos a ser invocados, más no comprendidos, frente a la molestia de la duda. Por ejemplo, ahora resulta de lo más normal escuchar en el metro, mientras dos niñas de 15 años se platican algún suceso, decir a alguna de las dos: “...y entonces, como mi madre es así, pues yo ahora...”. Y es así como, de la misma forma que Monsiváis da cuenta de los sociólogos de ocasión, surge una psicología del sentido común ahora aderezada con unos tintes de conceptos leídos en Eres o revistas por el estilo. Y es justamente aquí donde el lenguaje psicológico, elaborado para promover la comunicación que el paciente establece con su medio, termina por proveer de espejismos –como si necesitáramos más- para consolar por medio de quimeras.
Por otra parte y en realidad la que más me interesa pues se relaciona directamente con mi profesión, es la extrapolación que un psicólogo puede llegar a realizar de los conceptos, sin alterarlos, a su vida cotidiana y utilizarlos para generar espejismos que le lleguen a proporcionar algún beneficio de la misma esencia, sobre todo en relaciones que impliquen un contenido emocional. En lo referente a esto último, se requiere de una comunicación de otra índole, justamente emocional pero no a modo de exclusión sino de inclusión de éstas como una parte del deseo del sujeto, lo que implicaría su reconocimiento. A mi juicio, es bastante frecuente que los psicólogos en un principio tratemos de utilizar los conceptos adquiridos para establecer un tipo de comunicación que no se beneficia de éstos: como con nuevos juguetes, queremos jugar con ellos en un juego cuyas reglas les son ajenas. Así pues, el uso de estos conceptos parece elevar un muro (ahorita que están very in) separando las emociones de los pensamientos, o mejor dicho, de los deseos.
Al mantener una conversación con alguien cercano, la comunicación se vuelve totalmente diferente. Tan así que si se exige a alguien cierto comportamiento, la exigencia se torna inflexible frente a alguien querido que, según decimos, nos conoce. Y este mismo “nos conoce” lo que en realidad parece decir es “sabe a qué me refiero cuando digo algo”. Entonces, según lo mencionaba al principio, los diferentes matices que puede adquirir un concepto, el hecho de que alguien reconozca en ellos la idiosincrasia del que los expresa, habla más de un conocimiento de las emociones que en tal o cual palabra se esconden. Esto es lo que sucede con la pareja, “la persona que mejor nos conoce”, ya que se la hace partícipe de nuestras concepciones. Y es aquí en donde, al extraer del contexto psicológico dichos conceptos, propician la no comunicación mientras que el psicólogo se da el lujo de negar lo ocurrido con más y más conceptos, innecesarios en este tipo de comunicación, cayendo en la trampa de creer que se puede ser siempre lo que uno cree ser, sin llegar caer en cuenta de la trampa que existe entre el “soy” y el “voy siendo”. Este último el más correcto desde cierta perspectiva pues, como se ha mencionado en otros ensayos, ese “llegar a ser” se presenta como sigilosa alimaña en todos los contextos.
Cuidado con la
vida, porque te
vive: comienzas
a convertirte
en circunstancia
-ACPA-
Haciendo otra mención interesante: ¿no es acaso Oliveira uno de esos que no se deja vivir por La Gran Costumbre?
Este ejemplo muestra cómo el lenguaje aliena, inminentemente, en beneficio de un mínimo de conocimiento. Y es esta una buena ocasión para volver a lo inevitable: es ésta una prueba más de lo que Lacan refiere acerca del yo y del ser: como ya lo había dicho, pero ahora con un poco más de conocimientos, el ser humano se ve en una disyuntiva “primordial”, por llamarle de alguna forma; ambos marcados sin embargo por una carencia:
“Esta disyunción se encarna de manera muy ilustrable, si es que no dramática, en cuanto el significante se encarna en un nivel más personalizado en la demanda o en la oferta: en ‘la bolsa o la vida’ o en ‘libertad o muerte’.
Se trata tan sólo de saber si queremos o no (sic aut non [sí o no]) conservar la vida o rehusar la muerte, pues en lo que hace al otro término de la alternativa: la bolsa o la libertad, vuestra elección será en todo caso decepcionante.
Hay que fijarse en que lo que queda está de todos modos descornado: será la vida sin la bolsa –y será también, por haber rehusado la muerte, una vida un poco incomodada por el precio de la libertad.
...Como se ilustra en que a más largo término habrá que abandonar la vida después de la bolsa y que no quedará más que la libertad de morir.” (Lacan, 1966)
Y es justamente el lenguaje lo que, como se ve (espero) nunca nos permitió llegar a ser dejándonos en cambio la libertad de seguir siendo para nuestra muerte lo que nunca llegaremos a ser. Así es como trato de ilustrar la forma en que el lenguaje nos sitúa como sujetos en falta, en favor de un deseo en ella contenida, que nos permita seguir, inevitablemente, seguir...