V de... ¿Víctima o Vociferar?
-Lisa Block de Behar, Una Retórica del Silencio-
He de advertir que mis conocimientos acerca de este comic son nulos, pues toda la información de la que dispongo al respecto y desde la que pretendo entablar un diálogo se basa exclusivamente en la película.
La historia bien podría resumirse de ésta forma: en un sociedad totalmente amaestrada –no creo poder encontrar una palabra más certera- por el gobierno -que no se limita a la actividad política y uso de la fuerza, si no que se extiende a todos los ámbitos plausibles de influir sobre la opinión pública-, surge un hombre víctima que se auto proclama “libertador” y que induce a toda una población a romper el silencio impuesto desde las esferas del poder.
En mi opinión, V, que parece ser un personaje extremadamente frío y calculador, loco en busca de su propio beneficio, ajeno a todo sentir, resulta ser –y en esto la máscara es un símbolo exacto- la expresión viva del ciudadano común, más que del ciudadano del ser humano, con su inexplicable tendencia hacia la libertad; no una libertad dada u ofrecida, si no una libertad escogida: es esa parte que dejando a un lado las diferencias particulares, exalta los derechos universales para alcanzar el deseo personal, una especie de anonimia que sin embargo viene a representar a todos en su esencia. El final muestra esto de forma soberbia.
Como parte del análisis de la película, es claro que el personaje de Evey viene a representar al ciudadano amaestrado, que ha de mostrarse, si no conforme, sí sometido. Y aun más, también representa, junto con otros personajes, la importancia del desarrollo de la particularidad, de la riqueza e importancia que la persona y sus decisiones representan para un conjunto que sin embargo las incluya.
Bien se podría hablar de V como la totalidad y de Evey como la particularidad; y la historia bien podría significar la felicidad de encontrar cada una en la otra.
Pero en este punto es en donde abandono un poco la historia, su análisis global, para concentrarme en el punto medular, si se quiere en la moraleja, palabrilla embustera de la que después he de hacerme cargo.
Como lo dije al tratar de resumir la trama, el gobierno juega un papel fundamental, pues es él el que a base de engaños ha forzado a la ciudadanía a rendir su voluntad, todo a cambio de la salvación, de la protección de terroristas en general y de una especie de limpia de los inconformes. No es necesario decirlo –y sin embargo es importante repetirlo hasta el hastío-, éstas son las bases de cualquier régimen fascista, y otra muy escondida su finalidad: la abolición de la voluntad a través de la uniformidad de criterios se muestra como la garantía para la salvación, divina o inmediata, pues quien ose salir del esquema, será condenado no sólo por el gobierno si no por la mano dura de la sociedad o divinidad amaestrada. Otro factor importante, indispensable para la trama de la película, es la información que se ofrece al ciudadano, el uso de los medios masivos de comunicación –otro tipo de divinidad- para conciliar la opinión.
La cosa es bien clara: se hará uso de todos los medios o líderes de opinión para hacer coincidir un punto de vista. Elemento básico para el desarrollo de una cultura, la repetición cumple su función de normalización y de deglución del acto personal, parcial de un sujeto que ha de tener dos opciones: dejarse deglutir o ser considerado un bocadillo despreciable aunque mínimo para esta bestia.
Ahora, no sé si sea la paranoia o simplemente la patidifusés de la que tanto me he quejado, pero resulta que ésta película me vino a ejemplificar, me vino a dar las palabras exactas –aunque sea para mí- de lo que en México sucede.
Claro, los argumentos en contra se dirigirán, moralizantes, a callar a cualquier voz disruptiva, cualquier ruido que venga a resquebrajar el asombroso concierto de silencio que organiza la orquesta de los medios y líderes de opinión: o es que acaso, al ver la película y ver a un personaje agresivo y retador en la televisión, soberbio y parcial, carente de análisis y retacado de palabras que han de insuflar el fanatismo y retorcer la crítica hasta volverla inservible, que han de desvirtuar la dialéctica; acaso este personaje, ¿no nos parece conocido, o de menos sus palabras evocan fantasmas del presente?
Ese personaje, de tanta voz, de tanta repetición, ha de recordarnos sobre todo a las televisoras: él representa todos los ideales de éstas felizmente consumados.
Ahora, pasemos al gobierno per se, a ese organismo vivo, parásito, que ha venido a postular una simbiosis: tú me aceptas y yo te salvo. El problema viene cuando nos percatamos que el concepto de salvación implica para él nuestra deglución.
La artimaña es conocida: llega a un lugar y augurar la llegada de un mal, cometer el mal, y después recibir poder y reconocimiento a cambio de dejar de hacerlo; lo demás es sencillo: si a la gente se le comienza a olvidar la deuda que debe, volverles a dar un sustito, para que no se dejen de olvidar de uno. La palabra clave para este proceso es la credibilidad, también mencionada en la película.
Para terminar como casi siempre, es decir, medio cortado y dejando algunas cosas al aire, quisiera volver con aquella palabrilla que significa enseñanza, pero que parece más bien la operación impecable del ser que ha de caer en el rol que la misma narración le asigna, ese lugar en donde ha de estancarse: pues la moraleja no tiene por motivo otra cosa que la de dejar como suspendido en el tiempo, aislado de otros elementos, un conocimiento que por lo mismo resulta fácil de explotar para fines diversos. La moraleja, al igual que su prima más recatada, la moral, ha de tratar de conservar su momento, ha de derramar sangre, luchar por el, pues no es más que el lugar por nosotros otorgado.
¿Quién será, la víctima o el vociferador el que prevalezca?